No puede establecerse ninguna distinción estricta entre un arte bello e inútil y
un arte aplicado y útil, ni hay nada semejante a un arte puramente decorativo
en el sentido de una mera tapicería sin significado. Todo lo que podemos decir
es que en unas obras predominan los valores físicos y en otras los espirituales,
pero esos valores nunca son mutuamente exclusivos.
Tampoco se puede hacer ninguna distinción lógica entre las artes cultas y las
populares; la diferencia que hay entre ellas es de elaboración y a veces de refinamiento,
más bien que de contenido. En otras palabras, aunque podemos encontrarnos
con leyes suntuarias, correspondientes a la jerarquía funcional, las
necesidades fundamentales de la vida, ya sean físicas y espirituales, son las mismas
para todas las clases. Por tanto, los usos y significados de las obras de arte
nunca necesitan ser explicados, pues el artista no es distinto del hombre más
que por la posesión de un conocimiento específico y una técnica específica.
Las figuras anatómicas producidas estéticamente en las sociedades tradicionales
son diferentes y se oponen, en cuanto a su sentido y función, a las obras de
arte moderno cuya función principal es estética y pueden ser “consumidas”,
independientemente del significado de su proceso de producción y de
su ámbito ritual de exhibición y culto.
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